La Movida Subterránea, Voz Propia y Boui
Photo Credit To Luis Espinoza

La Movida Subterránea, Voz Propia y Boui

Tiempos de (des)gobierno

Eran finales devenidos del primer gobierno aprista de Alan García, destrozado por la mano que un día abrazó su oportunidad y creyó en ideales supremos que cedieron ante la supremacía de un ego abominable e inmenso, como su insaciable apetito bastó para derrumbar todos los sueños de un viejo combatiente (Víctor Raúl Haya de la Torre) que se fue en silencio –como se van las hojas secas arrastradas por el viento hacia cualquier parte en ninguna parte–.

Y en esa línea los tiempos demandaban aprendizaje, búsqueda y descubrimientos interminables –como también (nos) sirvió para después y para siempre el papel que nos tocaría desempeñar desde nuestra posición en y por la vida– para los que éramos adolescentes intrépidos e irrefrenables como la ley de la esquina manda “seco y volteao”.

Estábamos y andábamos en eso, lateando con la “Pantera Rosa de Cahuache”, compartiendo muchas historias y conciertos inolvidables como los del festival artístico/cultural: “Esquisse del Bestiario” –invitado a entrar a este portal mágico, subterráneo y alternativo por mi entrañable hermano mayor, el chino Kique Wong– donde tuve la oportunidad de escuchar por vez primera a bandas legendarias y primigenias como Narcosis y Leusemia.

Esquisse Bestiario - Movida Subterránea
Tomado de Antena Horrísona: Narcosis en “Segundo Esquisse Bestiario” en la Universidad Ricardo Palma, enero 1985. [Foto: Renee Vargas]

La Movida Subterránea

Por aquel entonces la movida subterránea comenzaba a remover los cimientos de sociedad peruana conservadora –que no estaba preparada para esta nueva experiencia y aún sigue sin estarlo pues seguimos siendo un país estructuralmente informal, culturalmente pobre en condiciones emergentes sin fecha de vencimiento–, a acaparar la atención de los retrógrados medios de comunicación, quienes sumergidos en una ignorancia extrema, obtusa y miope como variopintos e innumerables prejuicios propios alimentados de su formación cultural/católica (léase: hogar, familia, colegio, universidad y un club de la calle que jamás conocieron) criticaban y ninguneaban a esos jóvenes que buscaban espacios alternativos para expresarse abiertamente, manifestándose a través de su música con una temática contestataria y crítica propios de los tiempos y las influencias que les tocó vivir.

Entrevista de Fabiola Bazo a Patsy Adolph.Patsy fue la primera periodista que realizó un reportaje sobre el #RockSubterráneo para la TV peruana.

Publicado por Subte Rock on martes, 2 de febrero de 2016

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Entonces se dio y se planteó una larguísima mesa de debate que no llegó a ninguna parte; sino sirvió como auténtico talk show business para quebrar la marca del prostituidísimo rating televisivo –propalado por el Canal 9; hoy involucionado silo, inefable bastión de la vegetativa telebasura nacional– pues el fenómeno de la eclosión subte nunca fue bien entendido, más bien fue tratado como ratón de laboratorio; un mal ejemplo para la juventud que fue  sujeto de vil manoseo por autoridades eclesiásticas y “especialistas” del tema sin tema; salvo algunas excepciones como la participación de la psicóloga Telma Rossi quien supo entender mejor este movimiento contracultural musical.

Es así que la actividad de la escena musical se multiplicaba y las innumerables bandas de rock se armaban y aparecían en muchos barrios de la ciudad capital; las tocadas se daban por doquier en distintos escenarios que se le ofrecían como valiosa oportunidad para darse a conocer y ganarse un espacio en la movida.

El colegio “Los Reyes Rojos” fue uno de los recintos ideales que acogió a toda esa mancha de muchachos que querían treparse a un escenario y tocar lo que le mandaba el corazón, sin importarles las consecuencias de sus actos espontáneos y rebeldes así como las tribus urbanas que acudían en gran número a escuchar los nuevos sonidos y las nuevas canciones que demandaban los difíciles tiempos que la crisis del país ejercía como catalizador instantáneo para componer rabia con rock n’ roll.

G-3, Flema –alucinante experiencia escuchar a jóvenes escolares corear “Basura Humana” de la banda de Zurriburri, quien fuera también miembro de Delirios Krónikos y Empujón Brutal, liderada por la desaparecida María T-Ta–.

Voz Propia y Boui

Esos fueron los primeros grupos y los primeros conciertos de rock under que escuché como curioso/buscón ávido de empaparme los sentidos en su máxima expresión y en ese periplo de idas y vueltas es que conozco a Voz PropiaVox Propia llamada en sus inicios; así aparecían en los afiches y en algunas notas periodísticas de la época—.

Una imagen imborrable que quedó en mi retina para siempre es aquella que vi de un muchacho alto y delgado, de cabellera rubia, con aretes, que dejaba entrever una mirada pendenciera, fresca como tierna, quien se estaba dejando pintar los labios de rojo intenso por una guapa chica de aspecto dark –quien en su traviesa actitud nos hicieron cómplices anónimos– mientras apurábamos unas chelas para entrar empilados al concierto en algún bar barranquino sin nombre a las afueras del local colegial.

Ya adentro del concierto ambos personajes eran miembros de la banda –todos vestidos de negro a la usanza de alguna película punk de algún lugar en cualquier lugar–, aquel muchachote estaba montado en el escenario tocando el bajo, quien por los datos de los patas, del boca a boca y en las revistas de aquel entonces como “Esquina”, nos enteramos que lo llamaban “Boui“, y la bella chica de ojos enigmáticos que hacía los coros y tocaba la pandereta se llamaba Ximena –años después nos encontramos en una librería miraflorina en situaciones inéditas y pese al inexorable paso del tiempo recordamos que un día nos conocimos para fundirnos en un cálido abrazo con sabor a “nos vemos” y después en el reciente velorio del “Arcángel de Chaclacayo” (me tomo la libertad de apodarlo cariñosamente así) con un hola y chau sin recarga emotiva.

Es en otro célebre concierto de la banda vozpropiana –el de la Carpa Grau– que conozco durante las largas conversas al pie de las escalinatas de la Villarreal flotando muy cerca a “La Nave de los Prófugos” (una barricada cultural de la Lima de los ochenta) y en el transcurso de su evolución musical a Raúl Montañez Mariluz –”Montaña”, la guitarra pegada al alma, a quien considero un notable como recorrido músico y pieza fundamental en la historia del rock peruano desde Kola Rock a Cabaret Rojo– con quien entablé una entrañable amistad hasta la actualidad y a Ulises Quiroz –quien también sabe mucho de eso– con quien compartimos buenos momentos en la era dorada de la cantera gráfica familiar y los placeres claroscuros de la ley de la calle.

Innumerables han sido las anécdotas y las historias de los conciertos acudidos a acompañar a esta hermandad musical de la movida subterránea; pero la que guardo con cariño en el rincón de mis recuerdos cómplices fue el organizado hace algunos años –en el pub “El Valentino” de los alrededores de la Plaza San Martín– por mi amigo Beto “Picolino” (Federico Niche), compañero de ruta de historias para guardar. Y el de la presentación del último vinilo, producido por Trilce Records en el “Centro Bar” donde la banda que hermana corazones mostró una madurez que sólo la marca de los años trajinados pueden lograr tamaño efecto.

Con Boui no tuvimos una cercana amistad pero tuvimos algunas cosas mágicas que nos conectaron de manera especial, como la de haber vivido en el mismo barrio donde el sol jamás descansa –Chaclacayo, el paraíso del clima seco para la cura de los alérgicos, la pequeña ciudad con alma pueblerina de las motos raudas y de los viajes psicodelicosurrealistas–, como también las de gratas coincidencias de haber sido amigos de mi primo hermano “Beta Gama” –hoy prófugo de la redes sociales–; conocer a amigos comunes de mi infancia; posiblemente haber estudiado en el mismo colegio donde cursé el cuarto año de primaria. Nunca nos tropezamos, tal vez porque yo era de una generación mayor a la de él o quizá porque cuando nos mudamos para vivir en Lima para siempre él recién llegaba mientras yo me iba –las presunciones resultan válidas algunas veces–.

La última vez que lo vi tocar en un escenario fue en el Cholo Bar durante la presentación del libro/objeto: “New Port” del amigo y poeta Róger Santiváñez. Ahí tocó alrededor de cuatro hermosos temas acústicos de su autoría –antes del cierre de Montaña–, los que me sorprendieron gratamente así como la serenidad para interpretarlos, y como él bien remarcó en esas sus últimas palabras: “A ver qué sale…“.

Aquella noche mágica, de embrujo y locura por la venida y celebración del libro del vate norteño, Boui se mantuvo fresco, calmo y sobrio; se despidió tranquilamente y en silencio; no se quedó para los festejos, nos despedimos como nunca y como siempre con un fuerte abrazo con los personajes de aquella noche que compartimos la misma mesa: Pathy Pera, Miguel Lescano –pataza de batallas memorables y empresas estoicas que los años recogen nuestro mejor recuerdo– y del buen Raúl Montañez; –no sabía(mos) que para algunos esa iba a ser la última vez que lo vería/mos  y el último abrazo que nos daríamos con sabor a bolero pendiente–.

Carlos Magán o Boui nos ha dejado de forma abrupta y cruel; se fue como la vida que quiso vivir siempre; intensamente y sin desparpajos.

El río murió para juntarse en el mar musical de tu presencia juguetona que siempre te llamará con Voz Propia… adiós arcángel, el corazón se agita como un disparo en el viento para volver siempre al barrio donde el sol jamás descansa; a tu salud…


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About The Author

Willy Wong Wimpón

Artista gráfico, plástico y escritor de formación autodidacta. Trabaja en el rubro de la cocina artesanal. Ha editado "Fusión" (revista de arte y cultura, 1985), "Rataplán" (revista de cómic y otras notas, 1988) y el poemario autobiográfico "Notas del Alma y Otras Espinas (1991). Ha participado en innumerables exposiciones colectivas y actualmente prepara la carpeta/objeto/poemario: "No Hay Lateo Sin Blues".

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