El Eterno Femenino en el Rock Subterráneo
Photo Credit To Auto retrato (fragmentado) - Huacos retratos 2014.

El Eterno Femenino en el Rock Subterráneo

Con 17 años entré a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, específicamente a la Escuela de Arte.

El Primer día de clases, me acerqué a dos personas: a Támira Bassallo y a Jorge Revilla. Conocido luego como Cocó Cielo. Esto se dio, escapando de otras alumnas, que me resultaron pesadas. Ambos me hicieron notar que mientras yo me les tiraba encima, el salón de clases entero, se automarginaba de ellos. Los veían como raros. Eran “los subterráneos”. Para mi fue amor a primera vista.

A partir de entonces, fueron mis mejores amigos. Y el ingreso a su mundo, se fue dando de manera natural. Yo provenía de un ambiente sano e ingenuo, con una educación ordenada y sobre todo tradicional. Llegar a la Universidad fue refrescante. Ese universo de caos me llenó de alegría.

En el patio de letras se reunía mucha gente de la escena subterránea. Fue en ése patio que fui presenciando conversaciones sobre música de mucha gente vinculada a la movida, pero también al arte, poesía y sobre todo literatura. Al comienzo, yo me paraba al costado de Támira o Cocó para escuchar en silencio sus conversaciones con chicos de la escena subte.

Eterno femenino Revilla Torres Bassallo
Carnets estudiantiles de Susana Torres, Támira Bassallo y Jorge Revilla. (Archivo de Támira Bassallo)

Allí veía al Cachupín con Cocó, conocí a Frido, es decir a Marco Antonio Martín Young Rabines, creo que allí vi por primera vez también a Miguel Lescano, Quique Wong, Pepe Lucho, a los chicos de Kaos. Carlos y a Guillermo, al amable Edwin de Zcuela Crrada, etc. A mucha gente que luego vería también en conciertos. También conocí a muchos poetas ligados a la escena subterránea.

Otro lugar que me introdujo de alguna manera en el ambiente subterráneo fue la casa de Támira Bassallo en San José. Allí su madre la psicóloga Telma Rossi atendía a sus amigos y pacientes. O a sus amigos-pacientes. Era como la casa del jabonero, el que no caía, resbalaba.

Fui viendo un desfile de personas interesantes que departían tertulias de todo tipo con Telma. Vi a Alfredo Márquez por primera vez, a Jaime Higa. Chicos vinculados a la movida y el arte alternativo. Venían a hablar de literatura, política o a comentar sus proyectos, como Herbert Rodríguez.

También fui viendo a la gente que visitaban a Támira. A Hoover Huamán Siguas, Jaime Lama, Iván Santos, alguna vez, Mónica Contreras. En 1987 ingresé al grupo llamado Salón Dadá. La música subterránea era importante sobre todo en el ambiente intelectual y juvenil alternativo. Con Hoover y Jaime me hice rápidamente amiga.

eterno femenino Susana Torres
Certificado de buena conducta para ingresar a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Archivo de Susana Torres)

Yo no tenía idea que hacer dentro del grupo. Sólo quería crear y expresarme de alguna manera. Como tenía la voz afinada, comencé haciendo coros. Me preguntaron que si tocaba algún instrumento. Conté seria que había sido Jefa de Panderetas en el colegio. Les pareció gracioso, así como mis coreografías panderetiles. Me asignaron tocar entonces, pequeños instrumentos de percusión.

Pronto, comenzamos a ensayar por que tocaríamos en un concurso en el No Helden. Quedamos en segundo lugar. En el grupo la voz era un instrumento más. Ser parte del grupo no se limitaba a aprender música. Las influencias eran también visuales.

Concierto en el Club Rock Bar No Helden, 16 de julio de 1987.

Componer para Jaime o Támira suponía vivencias de todo tipo: Estudiábamos, intercambiábamos libros. Hacíamos fotos. Íbamos a los cines club. Las artes visuales y la poesía influenciaban mucho en ellos. Estar en el grupo me hizo acceder a literatura, cine. Aprendí mucho. No sé si salí más madura. Pero si más creativa.

Fue una experiencia que me hizo crecer hasta de estatura literalmente. Subí dos tallas de zapatos y una cabeza de tamaño desde que entré y salí de la experiencia. Pero no todo era color de rosa. El grupo ya arrastraba una crisis interna. Hoover se retiró con el tiempo y el conjunto luego se transformó en Col Corazón con Rodo Cortegana ahora en la batería. Tuvimos fugazmente a Pelo Madueño.

Pero lo mejor era ensayar. En los ensayos cantaba, bailaba, reía mucho y la pasaba bien. Imaginaba la música. Esas representaciones en mi mente, se fueron plasmando en dibujos y collages, influenciados por fanzines y pinturas clásicas. Támira y Jaime eran las mentes musicales. Yo era visual.

Con Hoover en la época de Salón Dadá hicimos un par de cuadros que expusimos. Con Támira y Cocó Revilla, a instancias de Telma, dimos clases de arte en el cono este. En la universidad parábamos los tres juntos y muchos se confundían por que no sabían quien estaba con quien, si yo con Támira, o ella con Cocó, o Cocó conmigo, o si éramos poliamorosos.

Cocó Revilla o Jorge, era uno de los pocos que tenía mucho acceso al grupo aunque no tocaba en él. En ésa época sólo tocaba la puerta y el timbre de la casa de San José. Venía a menudo, opinaba mucho y disfrutaba escuchando los ensayos.

Dentro de ambos grupos, tanto Salón Dadá, como Col Corazón me sentí siempre a gusto. Támira fue la que más me alentaba siempre. Me daba confianza y escuchaba atenta. Jaime por su lado, era muy bueno, pero inflexible. Previo a las presentaciones no aceptaba errores. Era muy perfeccionista. Recuerdo me decía: aquí en los ensayos puedes hacer todo. Pero en los conciertos no puedes bailar, ni vestirte así, o moverte asá.

A mi me encantaba lo performativo, el vestuario. El maquillaje. Pero la estrategia debía ser otra, por un público agresivo como era el de la escena subterránea. A veces, esas estrategias se volvían opresivas. O la sentías como formas de control, pero debías escuchar esos consejos en un ambiente tan misógino.

Susana Torres (Archivo de Támira Bassallo)

Nos presentábamos con un perfil súper sobrio. Demasiado para mi gusto. Lo importante estaba en tocar sin errores. Casi sin interactuar con el público. Como si no existiese. Nos concentrábamos sólo en la música. Y no en gritos del público que poco a poco iban bajando de volumen. Éramos como un grupo autista en relación al resto.

La energía no estaba en lo visual en las presentaciones. No debíamos llamar la atención. Estaba el ejemplo de María T-ta y como era agredida por sus actuaciones.

Nunca llegue a ser amiga de María T-ta. Pero la apreciaba y observaba cuando conversaba con Támira de la cual si era amiga. Igual me gustaba su lado chacotero y sus presentaciones performáticas. Pero eso mismo era lo que molestaba a muchos chicos y también a mujeres de la escena.

Cuando ella se presentaba, lo natural era que la insulten, le tiren cosas y que le griten puta. Pero ella era muy resiliente. Como que había hecho callos con toda esa agresión. Eso me asombraba. No dejaba de vacilarse. Su apariencia no era común entre las subtes.

La recuerdo en un micro de la Brasil contándome que en la plaza mayor habían cursos de cosmetología y que te teñían el cabello gratis. Ella lo usaba largo y decolorado en varios colores por franjas horizontales. Cada cierto tiempo lo cambiaba de color.

En una época con cortes de agua, mantener un cabello largo y cuidado era inusual. Y más aún en la escena subte. Pero ella así lo usaba y me estaba dando sus tips de belleza. Esto es el comienzo de una complicidad femenina. Pensé, pero cuando la volví a ver en un concierto sólo se dirigió a hablar con Támira. Estaba seria, no más temas de peluquería. Es más, quería parecer más descuidada de lo que realmente era. Tal vez no quería parecer frívola. O tonta.

Era una escena donde parte de cuidarse era mostrarse constantemente “radical”. La cosmética no se consideraba como tal. Pero por lo menos ella tenía sentido del humor y eso era maravilloso en un ambiente donde a veces parecía que estaba prohibido mostrarte feliz.

Yo sólo era una observadora. De ella y de otras más. De varias chicas que la odiaban. En el ambiente subterráneo si eras mujer era mejor tener un perfil bajo o sobrio y ella no tenía ni lo uno, ni lo otro.

En un pogo femenino se coludieron varias chicas y le dieron una golpiza brutal a María T-ta. Se habló del hecho como si lo mereciera. Ese pogo por lo tanto era, una advertencia, un gesto aleccionador. Controlador. Castrador. Por ser ella misma?

Aparte de creativo y combativo, el ambiente subterráneo era muy rudo. Un espacio creado por hombres. Y las chicas podían ser igual de machistas.

Cuando ingresé al ambiente, no entendía esos códigos rígidos. Ser espontánea públicamente, podía ser una metida de pata. A veces me vestía de manera amable con colores y texturas, nada agresivas. Esos días a veces, algún chico de la escena me daba un empujón o me gritaba algo. Pero siempre pude librarme de las agresiones. No entendía por qué sucedía.

Un día Jaime muy en buena onda, me dijo que tal vez podrían ser generadas por que algo estaba haciendo mal, sin querer. Algo está mal conmigo? Debía verme más seca y distante? Mostrarme más “radical”? Fui con Támira al mercado del Callao a comprarme otro tipo de ropa. Llegué a casa y mi papá me dijo que parecía huerfanita. Me sentí aliviada.

Pronto descubrí que la violencia no estaba en tu apariencia. Ni en que tanto te esforzaras por evitarla. No dependía si eras dura o frágil. Vi a chicas de la movida, de todo tipo, siendo maltratadas. Cuando las agredían, les caían insultos, golpes, a veces incluso pedradas o botellazos. Muchas veces de sus propias parejas.

Ya en la época Col Corazón, con Támira decidimos para un concierto vestirnos más femeninas. Ir menos ocultas, más maquilladas y con el cabello arreglado. Ahora parece intrascendente, pero era todo un gesto. Entonces yo ya usaba el cabello corto, y decidí ponerme incluso una peluca. Necesitábamos un cambio.

Salimos al escenario, con un público como siempre, mayormente masculino, que nos empezó a gritar de todo. Mucho más de lo habitual. Eran feroces. Nosotras muy tranquilas actuamos como si no pasara nada. Al rato se calmaron. Parecían bestias amansadas por la música.

Entre Cocó Revilla, Támira Bassallo y yo, compartíamos un mundo de complicidades femenino. Hablábamos de maquillaje y a solas éramos como maricones felices. Pero eso cambiaba, sobre todo con Revilla delante de varios chicos subterráneos. Su humor muy maricón desaparecía y se convertía en uno más mordaz. Cambiaba de registro con una apariencia más seria.

Lo afeminado y lo femenino no era lo serio. No se pensaba como algo fuerte o complejo. Todo lo mujeril era lo débil. Jorge Revilla aun no era Cocó Cielo. No podía aun serlo. Era “el Romántico” y como tal, sólo jugaba a ser ambiguo y elegante. Usaba abrigos, ternos y chalecos con modelos antiguos pero masculinos y su licencia estaba en pequeños gestos como pintarse ligeramente los labios, pero aun muy naturales. O usar medias cubanas, que camuflaba debajo de sus pantalones de cintura alta. Eso ya era bastante radical entonces. Y esos detalles no eran para toda ocasión.

Con Támira a solas, si lo mujereábamos mucho, lo que le encantaba a Cocó. Cantaba con voz aguda. Una vez lo hizo públicamente. Fue una locura. No es casual que es afuera del Perú que Revilla finalmente construye todo lo que ansiaba. Su proyecto musical, hasta su apariencia definitiva. Ya fue muy radical al mostrarse abiertamente en una relación de pareja homosexual antes de irse.

Jorge Revilla ya como Cocó Cielo (Foto: Blog Chankabuques)

El Perú y nuestro pequeño mundo era muy violento. En el mismo patio de letras donde reíamos vimos cómo disparaban y mataban a un muchacho, o en nuestras banquitas donde cantábamos, nos enterábamos que un conocido explotó y que un par de compañeros de la escena, habían sido asesinados por el estado.

Fue también de ese patio donde se llevaron los de Sendero a Cocó para amenazarlo por ser homosexual con una pistola y donde una chica también de Sendero me increpó que el partido iba a tomar medidas en mi contra, si no cambiaba mi apariencia que supuestamente denigraba a la mujer Sanmarquina.

Pero en ese patio creábamos también. Así estaba el periódico mural llamado Primer Exilio que ideó y creó Telma Rossi con Hoover, Jaime Higa, y donde yo participé varias veces con gráfica y el que terminó asociándonos creativamente con Herbert Rodríguez. Y a la larga con grupos de derechos humanos.

Por otro lado en nuestro patio aparecieron varios muchachos, que aun no exteriorizaban su homosexualidad abiertamente y que fueron cómplices de eventuales aventuras, por ejemplo el dulce Pedrito, luego conocido como el contracultural dibujante Pedro Palanca, entonces nos hacía retratos. Con él intercambiaba dibujitos.

Los ochentas acabaron y a comienzos de los noventas, se hizo notar un pequeño grupo de chicos muy maricones. Eran las primeras cabras que vi en la movida. Fueron como una bocanada de aire fresco. No intentaban en absoluto aparentar masculinidad como lo hacían algunos. Los vi en el público, en una presentación donde tocó Col Corazón. Estaban en primera fila. La complicidad fue inmediata. Eran Eduardo Bermejo, Giuseppe Campuzano y Germaín Machuca. Luego nos conoceríamos íntimamente en un desfile de modas subte. Las cosas estaban cambiando.

Giuseppe Campuzano y Susana Torres. (Foto: Black Widow)

El ambiente seguía siendo aun muy patriarcal y violento, pero muchas cosas ya se empezaban a meter entre huecos y rendijas. Incluido Sendero. El machismo y el prejuicio era lo natural en un ambiente tradicional. Pero también habitaba en ambientes alternativos.

Una sensibilidad expresada desde lo femenino podía ser un acto kamikaze. A pesar de rodearme siempre de buenos chicos, a veces me sentía oprimida. Los espacios femeninos y afeminados en la movida fueron marginales dentro de lo marginal.

Algo que si rescato fue que tanto en Salón Dadá como Col Corazón siempre hubo paridad de género. Incluso el liderazgo era compartido entre Támira Bassallo y Jaime Lama. Pero hablar de feminismo era impensable. Innombrable.

Las participaciones femeninas en la movida eran contadas. Era una época donde la violencia contra la mujer era naturalizada. Si te pasaba algo, te hacían sentir que tú lo causabas. Tu eras la responsable, no el agresor.

Susana Torres, Támira Bassallo y una amiga. (Archivo de Támira Bassallo)

Cuando salí de la movida cerré con todo lo musical y me concentré en lo visual. Me metí en la movida por que pensé, era un espacio de libertad y creatividad. Y lo fue en muchos aspectos.

Pero siendo mujer, se me volvía a veces agotador. Siempre podía seguir siendo susyxerox y relacionarme con mis amigos de la escena y construir cosas, pero ya desde afuera. Sería el comienzo de nuevas complicidades.

Sinceramente fue más fácil estar entre maricones que entre hombres y sobre todo entre mujeres de la escena subte, a excepción de Támira Basallo. Ella tal vez fue una de las pocas que no temía verse femenina, o masculina. Siempre estaba más allá del bien o del mal.

Una de las últimas cosas que hice con Col Corazón fue una performance en el Museo de Arte Italiano, era algo que tanto quería y nunca se pudo dar en un concierto. Empecé creando gracias a lo que me mostró la movida, pero finalmente migré como otros. Primero hacia a la plástica. Finalmente fuera del Perú.

Antes de irme, ya me había insertado en la mariconada con mis hermanastras. Nos encontraríamos afuera en otros aires más permisivos con Germaín Machuca. O en Lima con Giuseppe o Eduardo. Con ellos podía hacer hablar de pintura y maquillaje. Hacer performance seria y a la vez loquear.

Por fin tenía con quienes escuchar punk pero también con quienes bailar Rafaela Carrá. Volví a crear, pero solamente desde la visualidad. En otros espacios, menos machistas, menos violentos. Extrañé un poco la escena subterránea peruana, pero a cambio pude por fin hacer cosas sin ser tan juzgada en mi mundo femenino. Comencé nuevamente, pero desde mis propios términos.

Eterno femenino Tamira y Susana
Támira Bassallo y Susana Torres en la presentación del libro “Desborde Subterráneo” en el Museo de Arte Contemporáneo de Lima (7 de febrero de 2017). Foto: Miguel Ángel Del Castillo.

Este texto es un avance de un proyecto para Támira Bassallo sobre la participación femenina en la escena de rock subterráneo. 

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About The Author

Susana Torres

Susana Torres (Lima, 1969). Directora de Arte y Artista Plástica o Visual. Su propuesta multidisciplinaria se caracteriza por una lectura crítica de la historia peruana y una reflexión acerca de la identidad de género.

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